Alguien andaba lentamente por el camino, nunca se había visto nada parecido, las miradas de los hombres se volvían a su paso. Su cuerpo era contorneado y vestía unos exquisitos ropajes, era una mujer, y parecía desorientada. Jamás se habían visto mujeres sobre la faz de tierra, se decía que tan solo vivían en el Olimpo en forma de diosas.
Epimeteo salió de entre los hombres y se acercó a ella, era la visión más bella que hubiera tenido nunca, casi tan bella como Afrodita. Al instante supo que la quería tomar por esposa, y así fue, ante la sorpresa del titán, la muchacha aceptó. Al intentar coger las manos de su prometida, Epimeteo se dio cuenta de que la mujer portaba algo, una caja circular con su nombre, Pandora.
-Pandora... -leyó en alto-. ¿Qué traes?
-Esta caja es un regalo de los dioses, solo puedo tocarla yo.
-¿No sabes qué hay dentro?
Ella negó con la cabeza.
-No abras nunca el regalo de un dios, no son de fiar -le advirtió, sin saber que él mismo ya había aceptado un regalo que estos habían dispuesto para él al querer casarse con ella.
Esas palabras causaron en Pandora un deseo infinito de saber qué había dentro.
Pasaron algunos días, Epimeteo y Pandora se habían casado, sin embargo, todo ello no hizo que la joven se olvidara de la caja. Con cada día que pasaba más crecían sus ganas de abrirla.
******
El barro moldeado adoptó una forma sinuosa y suave. Hefesto contempló su obra, encargada por Zeus, el cual hizo llamar a todos los dioses, cada uno le obsequiaría con un don: Atenea la vestiría y la enseñaría a ser hábil con sus manos, Afrodita le otorgaría el don de la belleza, Apolo le daría una voz prodigiosa y el saber tocar la lira, Hermes la regalaría las virtudes de la seducción y la manipulación, por último, Hera le concedió el don de la curiosidad.
El padre de los dioses, había acabado de crear el instrumento de su venganza. La llamaría Pandora, la que tiene todos los dones.
-Titanes y hombres recibirán su merecido, pagarán cara la osadía de robar el fuego que otrora les arrebaté -su voz de trueno retumbó por todo el Olimpo.
******
Pandora y Epimeteo llevaban varios años casados, unos años felices para ambos. A lo largo de ese tiempo, Pandora luchaba por resistir la tentación de abrir el regalo de los dioses. Un día descubrió la caja que en su momento ocultó. Estaba cubierta con una gruesa capa de polvo, la cogió y se la llevó lejos. Le había prometido a su marido que no la abriría, pero la curiosidad era más fuerte. La muchacha acabó en lo alto de una colina con la caja de nuevo en sus manos, después de tanto tiempo.
La puso sobre la hierba y con las manos temblorosas abrió una rendija. Al momento, una fuerza procedente del interior empujó hacia arriba la tapa, lanzándola lejos de las manos de Pandora. De ella comenzaron a salir plumas negras y blancas, las primeras volaron lejos como si un fuerte viento las impulsara, perdiéndose en el horizonte, mientras que las blancas ascendían hacia las nubes. La chica no entendía que era aquello, pero se apresuró a cerrar la caja. Con la tapa todavía en la mano, vio que en el fondo de esta quedaba una pluma blanca, moviéndose lentamente, como si no tuviera fuerza para salir de allí. Pandora no quería que se escapará como las demás, de modo que encerró la única pluma que quedaba.
Lo que acababa de ocurrir cambiaría la vida de los hombres. Cada pluma negra era uno de los males que ahora se conocen, fueron desatados y esparcidos por el mundo, asaltando a los mortales para siempre. Cada pluma blanca correspondía a un bien, ningún hombre llegaría a conocerlos, pues estos volvieron con los dioses al ser liberados. La última pluma blanca fue el único bien que se quedó en la tierra.
Pandora, arrepentida de lo ocurrido, cuidaría de ella y acudiría a mostrársela a cualquiera que se viera con problemas.
Les hablaría a los mortales de la esperanza.
Hojas tintadas
"No existen más que dos reglas para escribir: tener algo que decir y decirlo." -Oscar Wilde (1854-1900)
miércoles, 24 de agosto de 2016
La leyenda de Pandora
lunes, 1 de febrero de 2016
Inmortales - Capítulo III
Esa noche Eleonora debía ir con sus padres al palacio del emperador en
el que tendría lugar una gran fiesta. Desconocía el motivo de la celebración,
aunque la mayoría de las veces no había ningún motivo. La residencia habitual
del emperador se encontraba en la costa, sobre unos acantilados y no en la
capital, como era de esperar. Sin embargo, el palacio se encontraba a escasas
horas a caballo desde la ciudad.
La chica se miraba de reojo en el espejo. Estaba fuertemente agarrada a
uno de los postes de su cama, evitando no caerse con los tirones que le daba
Evel para atar los cordones de la parte de atrás de su vestido. Era la segunda
vez que iba a una de las fiestas del emperador y le ponía nerviosa toda la
parafernalia que acompañaba a todo eso: la gente, el protocolo... La primera
vez fue a sus veinte años, cuando sus padres la presentaron en sociedad. Era
muy común entre la nobleza presentar sus hijas a la corte y al emperador.
Su aya terminó de apretarle el vestido y salió de la estancia. Eleonora
quería estar perfecta, no había pasado por alto la manera en la que el
emperador la miraba aquella vez que fue a su palacio, Le gustaba que él la mirase,
pues sabía lo selectivo que era a la hora de compartir su lecho.
El emperador Dimas era un hombre muy atractivo, de unos treinta años y a
pesar de haber vivido de manera frenética y juerguista, no se le veía
perjudicado por ello. No tenía esposa ni hijos reconocidos pero era sabido por
todos que había numerosos bastardos repartidos por todo el imperio. Tenía pretendientas
procedentes de territorios lejanos, pero igual que iban, se volvían rechazadas
por él.
***
Extracto del Vissum Elare
El mundo está regido por poderosas fuerzas que deben estar en constante
equilibrio para que el ciclo no se rompa. Tales fuerzas se guardan en lugares
inmutables, protegidas de todo elemento que pueda corromperlas. Nadie será
capaz de encontrar dichos lugares, si no es capaz de observar más allá de lo
que ve, más allá de la creación.
Para asegurarse de que estos poderes no cayesen en las manos
equivocadas, fueron nombrados cuatro guardianes, cada uno portaría una de las
fuerzas. Estas serían separadas y ocultadas. Juraron cumplir con sus tareas
asignadas, así pues, cogieron un guijarro blanco y derramaron su sangre en él,
cerrando el pacto. Después de eso, los guardianes permanecieron juntos y se
asentaron en un claro del bosque, alejados de las poblaciones. En su centro
estaba la gema, para que ninguno olvidase por qué estaban allí, con el tiempo
el musgo fue tapando su superficie. Su misión sería pasar al olvido.
***
Una brisa salada agitó el vestido de Eleonora, las vistas desde los
acantilados eran espectaculares, ahora comprendía por qué el emperador decidió
vivir allí y no en la capital. Los jardines, dispuestos en balconada, ofrecían
el mejor paisaje del reino. El palacio no era ningún tipo de fortaleza, más
bien estaba diseñado para el deleite de los sentidos. Poseía varios jardines y
patios interiores, con abundante vegetación, fuentes y caminos de agua, todo
ello destinado a soportar el clima tan caluroso de la zona. Las estancias estaban
conectadas con los patios y entre ellas mediante grandes arcos que descansaban
en columnas muy ornamentadas, de las que colgaban cortinas de un material
vaporoso parecido a la seda.
-Habéis cambiado mucho desde la última vez que os vi –la voz provenía de
detrás de una celosía.
Eleonora sonrió.
-Han pasado cinco años desde que me visteis, dudo que os acordéis de mí.
-¿Cómo podría olvidarme? –el emperador se dejó ver-. Tenéis el aspecto
de toda una mujer, aunque aparentéis menos edad de la que realmente tenéis.
A la chica no le gustó nada ese comentario, durante toda su vida parecer
más joven suponía un problema para ella, la gente no la tomaba en serio. A su
madre le ocurría lo mismo, no parecía importarle. Decidió no decir nada, tan
solo se limitó a esbozar una falsa sonrisa.
-¿Os apetece volver dentro? Solo conocéis esta parte del palacio,
permitidme enseñaros el resto.
Algo extraño había en su comportamiento, normalmente era un engreído
frente a sus súbditos. Eleonora decidió seguirle el juego, pretendía acercarse
a él ahora que sabía que estaba interesado en ella. Ninguno de los invitados de
la fiesta advirtieron su ausencia, pues en ocasiones Dimas se retiraba a sus
aposentos si el convite le aburría.
Ambos paseaban por los preciosos suelos de mármol. Acostumbrada a los
altos y anchos muros de su palacio, a Eleonora le parecía increíble que la estructura
se mantuviera en pie. Dimas colocó su mano sobre la cintura de la chica pero
esta no la notó por culpa del grueso corsé. Cuando quiso darse cuenta, el emperador
la estaba apoyando sobre la pared. La muchacha lo paró en seco. Comenzaba el
espectáculo.
-No puedo hacer esto.
-Claro que podéis.
Ella sentía su calor, cada latido de su corazón.
-Nadie me querrá si he estado con otros hombres –dijo inocentemente. Aunque
las mujeres podían hacer creer a cualquiera que eran vírgenes si sabían cómo.
-Pero yo no soy cualquier hombre.
-Por supuesto que no, pero esto no os corresponde a vos sino a mi marido
Dimas se quedó anonadado, momento que la chica aprovechó para zafarse y
volver al lugar de la fiesta.
Eleonora estaba abrumada, caminaba rápido por los pasillos con el
corazón latiéndole con fuerza, acababa de rechazar al emperador y se sentía
bien. Tenía la sensación de ser la única que tal vez pudiera ejercer algún tipo
de control sobre él, solo tenía que aumentar más su interés.
***
Dimas se encontraba en su alcoba. Pensaba en Eleonora, era la primera
que no había caído rendida bajo sus encantos y esto le llamaba la atención
sobremanera. Siempre obtenía lo que quería de cualquier mujer de la corte, pero
con ella no había conseguido nada. Notaba cómo su pulso se aceleraba, sentía
excitación al recordar lo ocurrido esa noche. Deseaba volver a verla, deseaba
descubrir qué límites podía pasar y cuáles no, hacía mucho tiempo que nadie se
negaba a sus deseos.
***
Elis estaba a las puertas de la capital, se dirigía al palacio del conde
para trabajar de doncella. Sabía que sería duro, pero era lo único que había,
además así estaría bastante tiempo fuera de casa y eso lo agradecería en un
futuro.
Tras recibirla en la cocina, Eleonora, la hija del conde, la sometió a
una serie de preguntas y finalmente, después del escrutinio la futura condesa
aceptó los servicios de la joven.
-Puedes empezar hoy mismo, serás mi doncella, la abuela Evel ya está
mayor para ayudarme –dijo con una sonrisa-. Talia te dirá todo lo que necesites
saber.
Asintió. No quería hablar mucho con Talia, ella sabía lo de su unión con
Dédalo y estaba entusiasmada al respecto, sin embargo, no dijo ni una palabra
acerca del tema.
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