miércoles, 24 de agosto de 2016

La leyenda de Pandora

Alguien andaba lentamente por el camino, nunca se había visto nada parecido, las miradas de los hombres se volvían a su paso. Su cuerpo era contorneado y vestía unos exquisitos ropajes, era una mujer, y parecía desorientada. Jamás se habían visto mujeres sobre la faz de tierra, se decía que tan solo vivían en el Olimpo en forma de diosas.
Epimeteo salió de entre los hombres y se acercó a ella, era la visión más bella que hubiera tenido nunca, casi tan bella como Afrodita. Al instante supo que la quería tomar por esposa, y así fue, ante la sorpresa del titán, la muchacha aceptó. Al intentar coger las manos de su prometida, Epimeteo se dio cuenta de que la mujer portaba algo, una caja circular con su nombre, Pandora.
-Pandora... -leyó en alto-. ¿Qué traes?
-Esta caja es un regalo de los dioses, solo puedo tocarla yo.
-¿No sabes qué hay dentro?
Ella negó con la cabeza.
-No abras nunca el regalo de un dios, no son de fiar -le advirtió, sin saber que él mismo ya había aceptado un regalo que estos habían dispuesto para él al querer casarse con ella.
Esas palabras causaron en Pandora un deseo infinito de saber qué había dentro.
Pasaron algunos días, Epimeteo y Pandora se habían casado, sin embargo, todo ello no hizo que la joven se olvidara de la caja. Con cada día que pasaba más crecían sus ganas de abrirla.
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El barro moldeado adoptó una forma sinuosa y suave. Hefesto contempló su obra, encargada por Zeus, el cual hizo llamar a todos los dioses, cada uno le obsequiaría con un don: Atenea la vestiría y la enseñaría a ser hábil con sus manos, Afrodita le otorgaría el don de la belleza, Apolo le daría una voz prodigiosa y el saber tocar la lira, Hermes la regalaría las virtudes de la seducción y la manipulación, por último, Hera le concedió el don de la curiosidad.
El padre de los dioses, había acabado de crear el instrumento de su venganza. La llamaría Pandora, la que tiene todos los dones.
-Titanes y hombres recibirán su merecido, pagarán cara la osadía de robar el fuego que otrora les arrebaté -su voz de trueno retumbó por todo el Olimpo.
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Pandora y Epimeteo llevaban varios años casados, unos años felices para ambos. A lo largo de ese tiempo, Pandora luchaba por resistir la tentación de abrir el regalo de los dioses. Un día descubrió la caja que en su momento ocultó. Estaba cubierta con una gruesa capa de polvo, la cogió y se la llevó lejos. Le había prometido a su marido que no la abriría, pero la curiosidad era más fuerte. La muchacha acabó en lo alto de una colina con la caja de nuevo en sus manos, después de tanto tiempo.
La puso sobre la hierba y con las manos temblorosas abrió una rendija. Al momento, una fuerza procedente del interior empujó hacia arriba la tapa, lanzándola lejos de las manos de Pandora. De ella comenzaron a salir plumas negras y blancas, las primeras volaron lejos como si un fuerte viento las impulsara, perdiéndose en el horizonte, mientras que las blancas ascendían hacia las nubes. La chica no entendía que era aquello, pero se apresuró a cerrar la caja. Con la tapa todavía en la mano, vio que en el fondo de esta quedaba una pluma blanca, moviéndose lentamente, como si no tuviera fuerza para salir de allí. Pandora no quería que se escapará como las demás, de modo que encerró la única pluma que quedaba.
Lo que acababa de ocurrir cambiaría la vida de los hombres. Cada pluma negra era uno de los males que ahora se conocen, fueron desatados y esparcidos por el mundo, asaltando a los mortales para siempre. Cada pluma blanca correspondía a un bien, ningún hombre llegaría a conocerlos, pues estos volvieron con los dioses al ser liberados. La última pluma blanca fue el único bien que se quedó en la tierra.
Pandora, arrepentida de lo ocurrido, cuidaría de ella y acudiría a mostrársela a cualquiera que se viera con problemas.
Les hablaría a los mortales de la esperanza.

lunes, 1 de febrero de 2016

Inmortales - Capítulo III

Esa noche Eleonora debía ir con sus padres al palacio del emperador en el que tendría lugar una gran fiesta. Desconocía el motivo de la celebración, aunque la mayoría de las veces no había ningún motivo. La residencia habitual del emperador se encontraba en la costa, sobre unos acantilados y no en la capital, como era de esperar. Sin embargo, el palacio se encontraba a escasas horas a caballo desde la ciudad.
La chica se miraba de reojo en el espejo. Estaba fuertemente agarrada a uno de los postes de su cama, evitando no caerse con los tirones que le daba Evel para atar los cordones de la parte de atrás de su vestido. Era la segunda vez que iba a una de las fiestas del emperador y le ponía nerviosa toda la parafernalia que acompañaba a todo eso: la gente, el protocolo... La primera vez fue a sus veinte años, cuando sus padres la presentaron en sociedad. Era muy común entre la nobleza presentar sus hijas a la corte y al emperador.
Su aya terminó de apretarle el vestido y salió de la estancia. Eleonora quería estar perfecta, no había pasado por alto la manera en la que el emperador la miraba aquella vez que fue a su palacio, Le gustaba que él la mirase, pues sabía lo selectivo que era a la hora de compartir su lecho.
El emperador Dimas era un hombre muy atractivo, de unos treinta años y a pesar de haber vivido de manera frenética y juerguista, no se le veía perjudicado por ello. No tenía esposa ni hijos reconocidos pero era sabido por todos que había numerosos bastardos repartidos por todo el imperio. Tenía pretendientas procedentes de territorios lejanos, pero igual que iban, se volvían rechazadas por él.
***
Extracto del Vissum Elare
El mundo está regido por poderosas fuerzas que deben estar en constante equilibrio para que el ciclo no se rompa. Tales fuerzas se guardan en lugares inmutables, protegidas de todo elemento que pueda corromperlas. Nadie será capaz de encontrar dichos lugares, si no es capaz de observar más allá de lo que ve, más allá de la creación.
Para asegurarse de que estos poderes no cayesen en las manos equivocadas, fueron nombrados cuatro guardianes, cada uno portaría una de las fuerzas. Estas serían separadas y ocultadas. Juraron cumplir con sus tareas asignadas, así pues, cogieron un guijarro blanco y derramaron su sangre en él, cerrando el pacto. Después de eso, los guardianes permanecieron juntos y se asentaron en un claro del bosque, alejados de las poblaciones. En su centro estaba la gema, para que ninguno olvidase por qué estaban allí, con el tiempo el musgo fue tapando su superficie. Su misión sería pasar al olvido.
***
Una brisa salada agitó el vestido de Eleonora, las vistas desde los acantilados eran espectaculares, ahora comprendía por qué el emperador decidió vivir allí y no en la capital. Los jardines, dispuestos en balconada, ofrecían el mejor paisaje del reino. El palacio no era ningún tipo de fortaleza, más bien estaba diseñado para el deleite de los sentidos. Poseía varios jardines y patios interiores, con abundante vegetación, fuentes y caminos de agua, todo ello destinado a soportar el clima tan caluroso de la zona. Las estancias estaban conectadas con los patios y entre ellas mediante grandes arcos que descansaban en columnas muy ornamentadas, de las que colgaban cortinas de un material vaporoso parecido a la seda.
-Habéis cambiado mucho desde la última vez que os vi –la voz provenía de detrás de una celosía.
Eleonora sonrió.
-Han pasado cinco años desde que me visteis, dudo que os acordéis de mí.
-¿Cómo podría olvidarme? –el emperador se dejó ver-. Tenéis el aspecto de toda una mujer, aunque aparentéis menos edad de la que realmente tenéis.
A la chica no le gustó nada ese comentario, durante toda su vida parecer más joven suponía un problema para ella, la gente no la tomaba en serio. A su madre le ocurría lo mismo, no parecía importarle. Decidió no decir nada, tan solo se limitó a esbozar una falsa sonrisa.
-¿Os apetece volver dentro? Solo conocéis esta parte del palacio, permitidme enseñaros el resto.
Algo extraño había en su comportamiento, normalmente era un engreído frente a sus súbditos. Eleonora decidió seguirle el juego, pretendía acercarse a él ahora que sabía que estaba interesado en ella. Ninguno de los invitados de la fiesta advirtieron su ausencia, pues en ocasiones Dimas se retiraba a sus aposentos si el convite le aburría.
Ambos paseaban por los preciosos suelos de mármol. Acostumbrada a los altos y anchos muros de su palacio, a Eleonora le parecía increíble que la estructura se mantuviera en pie. Dimas colocó su mano sobre la cintura de la chica pero esta no la notó por culpa del grueso corsé. Cuando quiso darse cuenta, el emperador la estaba apoyando sobre la pared. La muchacha lo paró en seco. Comenzaba el espectáculo.
-No puedo hacer esto.
-Claro que podéis.
Ella sentía su calor, cada latido de su corazón.
-Nadie me querrá si he estado con otros hombres –dijo inocentemente. Aunque las mujeres podían hacer creer a cualquiera que eran vírgenes si sabían cómo.
-Pero yo no soy cualquier hombre.
-Por supuesto que no, pero esto no os corresponde a vos sino a mi marido
Dimas se quedó anonadado, momento que la chica aprovechó para zafarse y volver al lugar de la fiesta.
Eleonora estaba abrumada, caminaba rápido por los pasillos con el corazón latiéndole con fuerza, acababa de rechazar al emperador y se sentía bien. Tenía la sensación de ser la única que tal vez pudiera ejercer algún tipo de control sobre él, solo tenía que aumentar más su interés.
                                  ***
Dimas se encontraba en su alcoba. Pensaba en Eleonora, era la primera que no había caído rendida bajo sus encantos y esto le llamaba la atención sobremanera. Siempre obtenía lo que quería de cualquier mujer de la corte, pero con ella no había conseguido nada. Notaba cómo su pulso se aceleraba, sentía excitación al recordar lo ocurrido esa noche. Deseaba volver a verla, deseaba descubrir qué límites podía pasar y cuáles no, hacía mucho tiempo que nadie se negaba a sus deseos.
                                  ***
Elis estaba a las puertas de la capital, se dirigía al palacio del conde para trabajar de doncella. Sabía que sería duro, pero era lo único que había, además así estaría bastante tiempo fuera de casa y eso lo agradecería en un futuro.
Tras recibirla en la cocina, Eleonora, la hija del conde, la sometió a una serie de preguntas y finalmente, después del escrutinio la futura condesa aceptó los servicios de la joven.
-Puedes empezar hoy mismo, serás mi doncella, la abuela Evel ya está mayor para ayudarme –dijo con una sonrisa-. Talia te dirá todo lo que necesites saber.

Asintió. No quería hablar mucho con Talia, ella sabía lo de su unión con Dédalo y estaba entusiasmada al respecto, sin embargo, no dijo ni una palabra acerca del tema.