lunes, 1 de febrero de 2016

Inmortales - Capítulo III

Esa noche Eleonora debía ir con sus padres al palacio del emperador en el que tendría lugar una gran fiesta. Desconocía el motivo de la celebración, aunque la mayoría de las veces no había ningún motivo. La residencia habitual del emperador se encontraba en la costa, sobre unos acantilados y no en la capital, como era de esperar. Sin embargo, el palacio se encontraba a escasas horas a caballo desde la ciudad.
La chica se miraba de reojo en el espejo. Estaba fuertemente agarrada a uno de los postes de su cama, evitando no caerse con los tirones que le daba Evel para atar los cordones de la parte de atrás de su vestido. Era la segunda vez que iba a una de las fiestas del emperador y le ponía nerviosa toda la parafernalia que acompañaba a todo eso: la gente, el protocolo... La primera vez fue a sus veinte años, cuando sus padres la presentaron en sociedad. Era muy común entre la nobleza presentar sus hijas a la corte y al emperador.
Su aya terminó de apretarle el vestido y salió de la estancia. Eleonora quería estar perfecta, no había pasado por alto la manera en la que el emperador la miraba aquella vez que fue a su palacio, Le gustaba que él la mirase, pues sabía lo selectivo que era a la hora de compartir su lecho.
El emperador Dimas era un hombre muy atractivo, de unos treinta años y a pesar de haber vivido de manera frenética y juerguista, no se le veía perjudicado por ello. No tenía esposa ni hijos reconocidos pero era sabido por todos que había numerosos bastardos repartidos por todo el imperio. Tenía pretendientas procedentes de territorios lejanos, pero igual que iban, se volvían rechazadas por él.
***
Extracto del Vissum Elare
El mundo está regido por poderosas fuerzas que deben estar en constante equilibrio para que el ciclo no se rompa. Tales fuerzas se guardan en lugares inmutables, protegidas de todo elemento que pueda corromperlas. Nadie será capaz de encontrar dichos lugares, si no es capaz de observar más allá de lo que ve, más allá de la creación.
Para asegurarse de que estos poderes no cayesen en las manos equivocadas, fueron nombrados cuatro guardianes, cada uno portaría una de las fuerzas. Estas serían separadas y ocultadas. Juraron cumplir con sus tareas asignadas, así pues, cogieron un guijarro blanco y derramaron su sangre en él, cerrando el pacto. Después de eso, los guardianes permanecieron juntos y se asentaron en un claro del bosque, alejados de las poblaciones. En su centro estaba la gema, para que ninguno olvidase por qué estaban allí, con el tiempo el musgo fue tapando su superficie. Su misión sería pasar al olvido.
***
Una brisa salada agitó el vestido de Eleonora, las vistas desde los acantilados eran espectaculares, ahora comprendía por qué el emperador decidió vivir allí y no en la capital. Los jardines, dispuestos en balconada, ofrecían el mejor paisaje del reino. El palacio no era ningún tipo de fortaleza, más bien estaba diseñado para el deleite de los sentidos. Poseía varios jardines y patios interiores, con abundante vegetación, fuentes y caminos de agua, todo ello destinado a soportar el clima tan caluroso de la zona. Las estancias estaban conectadas con los patios y entre ellas mediante grandes arcos que descansaban en columnas muy ornamentadas, de las que colgaban cortinas de un material vaporoso parecido a la seda.
-Habéis cambiado mucho desde la última vez que os vi –la voz provenía de detrás de una celosía.
Eleonora sonrió.
-Han pasado cinco años desde que me visteis, dudo que os acordéis de mí.
-¿Cómo podría olvidarme? –el emperador se dejó ver-. Tenéis el aspecto de toda una mujer, aunque aparentéis menos edad de la que realmente tenéis.
A la chica no le gustó nada ese comentario, durante toda su vida parecer más joven suponía un problema para ella, la gente no la tomaba en serio. A su madre le ocurría lo mismo, no parecía importarle. Decidió no decir nada, tan solo se limitó a esbozar una falsa sonrisa.
-¿Os apetece volver dentro? Solo conocéis esta parte del palacio, permitidme enseñaros el resto.
Algo extraño había en su comportamiento, normalmente era un engreído frente a sus súbditos. Eleonora decidió seguirle el juego, pretendía acercarse a él ahora que sabía que estaba interesado en ella. Ninguno de los invitados de la fiesta advirtieron su ausencia, pues en ocasiones Dimas se retiraba a sus aposentos si el convite le aburría.
Ambos paseaban por los preciosos suelos de mármol. Acostumbrada a los altos y anchos muros de su palacio, a Eleonora le parecía increíble que la estructura se mantuviera en pie. Dimas colocó su mano sobre la cintura de la chica pero esta no la notó por culpa del grueso corsé. Cuando quiso darse cuenta, el emperador la estaba apoyando sobre la pared. La muchacha lo paró en seco. Comenzaba el espectáculo.
-No puedo hacer esto.
-Claro que podéis.
Ella sentía su calor, cada latido de su corazón.
-Nadie me querrá si he estado con otros hombres –dijo inocentemente. Aunque las mujeres podían hacer creer a cualquiera que eran vírgenes si sabían cómo.
-Pero yo no soy cualquier hombre.
-Por supuesto que no, pero esto no os corresponde a vos sino a mi marido
Dimas se quedó anonadado, momento que la chica aprovechó para zafarse y volver al lugar de la fiesta.
Eleonora estaba abrumada, caminaba rápido por los pasillos con el corazón latiéndole con fuerza, acababa de rechazar al emperador y se sentía bien. Tenía la sensación de ser la única que tal vez pudiera ejercer algún tipo de control sobre él, solo tenía que aumentar más su interés.
                                  ***
Dimas se encontraba en su alcoba. Pensaba en Eleonora, era la primera que no había caído rendida bajo sus encantos y esto le llamaba la atención sobremanera. Siempre obtenía lo que quería de cualquier mujer de la corte, pero con ella no había conseguido nada. Notaba cómo su pulso se aceleraba, sentía excitación al recordar lo ocurrido esa noche. Deseaba volver a verla, deseaba descubrir qué límites podía pasar y cuáles no, hacía mucho tiempo que nadie se negaba a sus deseos.
                                  ***
Elis estaba a las puertas de la capital, se dirigía al palacio del conde para trabajar de doncella. Sabía que sería duro, pero era lo único que había, además así estaría bastante tiempo fuera de casa y eso lo agradecería en un futuro.
Tras recibirla en la cocina, Eleonora, la hija del conde, la sometió a una serie de preguntas y finalmente, después del escrutinio la futura condesa aceptó los servicios de la joven.
-Puedes empezar hoy mismo, serás mi doncella, la abuela Evel ya está mayor para ayudarme –dijo con una sonrisa-. Talia te dirá todo lo que necesites saber.

Asintió. No quería hablar mucho con Talia, ella sabía lo de su unión con Dédalo y estaba entusiasmada al respecto, sin embargo, no dijo ni una palabra acerca del tema.

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